La reciente encíclica con mensaje ecologista del Papa Francisco alienta el debate, más allá de ideologías y creencias, sobre el carácter humano de la preservación del entorno. Eduard Ibáñez, presidente de la comisión general de Justicia y Paz de España, entidad católica de acción social, comparte su visión.

La encíclica del Papa Francisco Laudato si -en castellano, Alabado seas Señor y un título inspirado en el “Cántico de las criaturas de San Francisco”- es una conmovedora y apasionada defensa de la naturaleza, percibida como creación amorosa de Dios.

A través de ella, Dios expresa su inmensa bondad, belleza y sabiduría, y nos la regala como ámbito de nuestra vida, como nuestra “casa común”. Por ello, la encíclica es una llamada a respetar y proteger la naturaleza, a contemplarla y amarla, a administrarla en beneficio de toda la Humanidad y a preservarla para las generaciones futuras. Y esto exige, según Francisco, un cambio radical en el modelo de desarrollo económico, que requiere a su vez un cambio profundo en nuestro estilo de vida hacia una mayor austeridad.

La encíclica es una llamada a respetar y proteger la naturaleza y esto exige, según Francisco, un cambio radical en el modelo de desarrollo económico y en nuestro estilo de vida

La encíclica, que da continuidad a la doctrina social de la Iglesia sobre la crisis ecológica, es una severa denuncia, científicamente fundamentada, de los graves problemas ambientales causados por la actividad humana -contaminación y generación de residuos a gran escala, pérdida de biodiversidad o cambio climático- mostrando cómo éstos afectan de una manera especial a las personas y los países más pobres. Y es que, para Francisco, hay un profundo vínculo entre degradación ambiental y degradación social.

Pero no se detiene ahí, sino que intenta señalar las causas profundas de esta realidad, que ve en un modelo de desarrollo económico basado en el paradigma tecnocrático y relativista. Este paradigma ve la naturaleza como un puro “objeto” separado del ser humano, disponible para poseer, manipular y explotar. Un puro “recurso”, que no trasmite ningún mensaje ni valor, del que sacar el máximo provecho para satisfacer cualesquiera necesidades circunstanciales. Y de aquí la búsqueda, hoy día ya insostenible, de un crecimiento infinito, como si la energía y los recursos fuesen ilimitados. Para el Papa, ésta es la misma lógica que quiere dejar que las fuerzas del mercado, basadas en la maximización de los beneficios, regulen ellas solas la economía.

Hay un profundo vínculo entre degradación ambiental y degradación social

Por todo ello, Francisco reclama la necesidad de una valiente revolución cultural que nos ayude a mirar la realidad de otra manera, caminando hacia un nuevo ser humano. Que nos permita avanzar, como fruto de un gran esfuerzo educativo, hacia una nueva síntesis cultural, que recupere el valor peculiar de cada persona humana, provocando el reconocimiento del otro, la apertura a un Tú, capaz de conocer, amar y dialogar, y la apertura hacia un Tú divino.

Y es a partir de aquí que Francisco nos propone la necesidad de una ecología integral, que incluye una “ecología humana”, y que requiere una “conversión ecológica”. Se trata de una profunda conversión interior, individual y comunitaria, capaz de reconocer el mundo como un don recibido del Padre, generadora de gratitud y de gratuidad, de consciencia de nuestra conexión con todas las demás criaturas y favorecedora de comunión universal.

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EDUARD IBÁÑEZ
Doctor en Derecho por la Universitat de Barcelona y Licenciado en Filosofía por la Universitat Ramon Llull, actualmente es presidente de la comisión general de Justicia y Paz de España.

También ha presidido la Federación Catalana de ONG para el Desarrollo.

Imagen de Neil Palmer – International Center for Tropical Agriculture (licencia CC BY SA 2.0)