Acabo de tener una hija. No ha sacado mis ojos, ni el color de mi pelo, ni la forma de mis orejas, porque no tenemos vínculo biológico (más allá del que compartimos todos los seres humanos, y si me apuras, todos los seres vivos). Sin embargo, yo la miro y veo a mi hija. La veo con claridad. Mi sentimiento es rotundo y apabullante: esta es mi hija.

Armistead Maupin diferencia entre la familia bio-lógica y la familia lógica: aquella que tiene sentido. Así, el foco deja de estar en el linaje y pasa a centrarse en los afectos.

Si eres una persona que choca con frecuencia con ciertos códigos sociales, puedes perder apego por ellos y pasar a hacer una revisión personal de palabras llenas de raíces normativas. Palabras como mujer, hombre, femenino, masculina, normal o raro.

En mi caso particular, desde muy pequeñita despunté como una niña sin instinto para “las cosas de niñas”, vestida con ropa desconcertante y con un desinterés manifiesto por forzar a mi cuerpo a entrar, literalmente, donde no me apetecía.

Ni mi familia ni mis amigos me decían que eso estuviese mal o que tuviese que cambiar, así que para mí no existía el conflicto. Además, soy de naturaleza soñadora, así que tardé en darme cuenta de por qué muchas veces la gente reaccionaba de esa manera cuando me acercaba. Como suceso llamativo, uno que tuvo lugar en una fiesta de disfraces del Orgullo Friki en la que aparecí vestida de Mario Bros. Por ser una mujer disfrazada de señor sufrí el hostigamiento general. Por ejemplo, venía mucha gente a la que yo no conocía de nada a arrancarme el bigote. Y les parecía DESTERNILLANTE que Mario Bros “tuviese tetas”. Y eran personas disfrazadas de orco, de Jedi o de Naruto. Ni siquiera en ese contexto era posible rehacer el código social, qué paradoja. Así que ya en la frontera entre la adolescencia y la edad adulta releí algunos episodios de mi vida en código de homofobia y entendí que esos sujetos que me preguntaban por qué me había disfrazado de Mario Bros con tantos personajes femeninos disponibles, en el fondo probablemente se sentían incómodos con el ejercicio de libertad de género.

Y es que hay un armario oficial, el más grande, que suele ser el que rompes cuando te sinceras con las personas esenciales en tu vida. Pero luego resulta que el armario tiene ruedas y viaja contigo como una maletita. Por eso nunca dejas de salir de él, porque aparecen nuevas circunstancias en las que llega el momento de sorprender a tu interlocutor/a y decir: “soy lesbiana”, o “creo que el género es una construcción”.

Además, el armario que la sociedad edifica para ti también abarca a tus seres queridos. Tus padres, tus madres, tus hermanas o hermanos, llega un momento que tienen que decidir si pronunciar o no las palabras: mi hermana/hija/sobrina es lesbiana.

Ahora mi armario también abarca a mi hija, que tiene dos mamás. Ya durante el embarazo la pregunta del millón era: pero… ¿cómo es posible? El embarazo sin un hombre en las inmediaciones es un rompecabezas para mucha gente, esa es mi impresión. Y, sin embargo, cuando íbamos a la consulta, el 99 % de las parejas que había allí eran de hombre-mujer. Donaciones de óvulos, de esperma, de embriones… Muchos bebés requieren asistencia para su gestación, pero a esas parejas no se les hace el interrogatorio que nos hacen a nosotras. Entre otras cosas, porque para las parejas heterosexuales salir del armario de la reproducción asistida es una opción. Se da por hecho que si hay papá y mamá el bebé es fruto de una noche romántica.

A nosotras nos han hecho muchas más preguntas sobre el donante anónimo que sobre cómo nos sentíamos durante el proceso o cuál es nuestra visión al respecto, nuestros miedos o nuestras esperanzas. El código genético y el código social parecen solaparse a veces.

Y pienso en la manera de educar a mi hija para que desarrolle herramientas propias para lidiar con todo esto. Todo esto son las personas (sobre todo las personas adultas), sumergidas en el rechazo profundo a la diversidad.

Así que busco “orgullo” en la RAE y me aparece esto:

orgullo

Del catalán orgull, y este del franco *ŭrgōlī ‘excelencia’. La primera acepción es: Sentimiento de satisfacción por los logros, capacidades o méritos propios o por algo en lo que una persona se siente concernida.

Salir del armario es un logro. Expresarte como eres, a pesar de los obstáculos, tiene mérito y requiere valentía. Es legítimo sentir satisfacción, sentir orgullo por no haberte soterrado como persona. No es fácil salir a la luz y ser honesta cuando sabes que eso incomoda o enerva a mucha gente y que hay quien incluso va a ir a por ti. De verdad, no es fácil. No es trivial, no es frívolo, no es pose. Si lo fuera, mi hija no se encontraría en su vida con ningún incidente relacionado con tener dos mamás. Ojalá sea así, pero permitidme que lo dude.

Por último, está esa otra palabra: normalizar. ¿Por qué íbamos a querer formar parte de la norma? Tal y como yo lo veo, las normas son como las banderas: necesitan excluir para poder definir lo que incluyen. Para mí el objetivo es des-normalizar, liberarnos de códigos que no contemplan la diversidad. Sin tener que ser, ni que dejar de ser.

Me preguntan mucho si mi bebé se porta bien. Y yo respondo: ¿a qué te refieres?

Feliz Orgullo.