El FMI ha observado unos primeros signos de sobrevaloración del precio de la vivienda en España, que sugiere vigilar. Es algo que se suma a las advertencias de sectores sociales relevantes respecto a la subida de los alquileres. ¿Cuál es tu punto de vista como especialista en la construcción?

La vivienda es uno de aquellos extraños ámbitos en los que los precios suben y bajan sin que objetivamente cambie el valor de lo que se va a comprar. En otros sectores, como el de los automóviles o los ordenadores, cada vez se ofrecen mejores prestaciones, pero el precio se mantiene.

El problema de la vivienda está vinculado a la especulación en general y también al precio del suelo. En España, hay una gran tradición de compra y no tanto de alquiler… y esto provoca que los procesos de burbuja inmobiliaria se repitan cíclicamente.

En Singapur, que tiene una tendencia económica liberal, el 85% de las personas habitan viviendas públicas. Y en Austria o en Holanda hay una gran tradición de tener una gran cantidad de viviendas públicas, lo que ayuda a estabilizar los precios.

Si no existe oferta de viviendas públicas a un precio estable, especialmente de alquiler, es más fácil que se produzcan burbujas. Por lo tanto, pienso que España debería plantearse empezar a garantizar el derecho a la vivienda y a construir de forma sistemática viviendas públicas en régimen de alquiler en las próximas décadas.

¿Qué opinas de la modalidad del cohousing? Tiene muchas dimensiones, pero una es facilitar desarrollos inmobiliarios no especulativos.

Hoy vemos la irrupción de modelos en los que el capital vinculado a la sociedad de la información llega al mundo físico. Es el caso del coworking o el de las nuevas tecnologías vinculadas al transporte.

Es deseable que la innovación urbana llegue a la vivienda, con nuevas formas de vivir en comunidad. El cohousing es una línea adecuada. También lo son las cooperativas de vivienda o las viviendas de alquiler, así como las orientadas específicamente a colectivos vulnerables como los jóvenes, los estudiantes o las personas mayores.

El ámbito de la vivienda necesita, claramente, una revolución hacia modelos más sociales y que protejan mejor el derecho de las personas a vivir en comunidad y en las ciudades.

Sobre la vida en las ciudades y el tema de la vivienda, a veces nos vamos del blanco al negro. En cuanto a fenómenos como AirBnB, ¿ves posible mantener una visión abierta de la ciudad y de sus usos y, a la vez, establecer unas líneas rojas para garantizar la convivencia?

Lo más extraño de AirBnB o Uber es que han creado un modelo en el que unas personas viviendo en California, a través de una aplicación, sin ninguna inversión en infraestructuras como las que hacen las personas que construyen viviendas o hacen hoteles, han revolucionado el modelo de negocio y uso de la vivienda o el transporte en las ciudades.

Creo que, como todo, tiene lados buenos y otros menos buenos. En cualquier caso, son los ayuntamientos y los gobiernos los que tienen que crear regulaciones para estas empresas de ámbito global. Es lo que han hecho en Londres o en Nueva York. Se han logrado acuerdos sobre el número de noches que se puede alquilar una vivienda o sobre cuántas viviendas puede tener publicadas un solo propietario. También se va hacia que las empresas globales tengan que pagar impuestos allí donde generan sus beneficios.

Realmente, estamos en un momento aún de gran desregulación del mundo digital y lo vemos respecto a dónde pagan los impuestos empresas como Apple o Google, por ejemplo. Tenemos que entender que está en juego si vamos hacia un mundo donde las ciudades y los ciudadanos tienen capacidad de decidir su futuro u otro en el que las grandes corporaciones globales imponen sus reglas y su manera de operar.

También tenemos encima un problema global como el cambio climático… y no siempre se actúa con la determinación que hace falta. ¿Es una vivienda sostenible necesariamente más cara o difícil de crear que una que no lo sea?

Nosotros trabajamos para hacer edificios autosuficientes que sean capaces de generar y almacenar toda su energía, reciclar sus aguas y producir alimentos… y para que se construya principalmente con materiales sostenibles como la madera.

En esta dirección, en nuestro centro del Institut d’Arquitectura Avançada de Catalunya en el Valldaura Labs, en Barcelona, desarrollamos un máster en Edificios Ecológicos Avanzados que reúne a personas de todo el mundo, porque es esencial formar a una nueva generación de expertos y técnicos capaces de integrar las ideas en proyectos.

Respecto al precio, a veces los edificios sostenibles requieren una mayor inversión inicial, pero que se amortiza con el tiempo. Por ejemplo, cuando un edificio tiene paneles solares que permiten generar tu propia energía significa que la inversión en el consumo se hace al principio y no a lo largo de la vida útil.

En el modelo tradicional, los promotores pretendían construir barato, vender caro y salir corriendo a otro lugar.

En los nuevos modelos de gestión de edificios el promotor se queda a gestionar y, por tanto, lo que interesa es seguramente invertir más al principio para ahorrar más a lo largo de la vida del edificio.

Hoy es cuestión de incorporar la dimensión temporal a la vivienda.

La etiqueta de nivel de calificación energética está teniendo un desarrollo mejorable. ¿Qué falta para que se tenga más en cuenta la vivienda sostenible?

Por ejemplo, si un edificio genera toda su energía y es más limpio y consume menos, esto debería estar reflejado en las escrituras.

Porque eso quiere decir que, a la hora de hacer una hipoteca, tendrías que valorar el hecho de que cuando inviertes para generar energía durante la vida útil del edificio, eso ahorra dinero durante el funcionamiento para poder pagar la hipoteca.

De manera estructural y legal deberíamos reflejar no solo los metros cuadrados, que es como medimos hoy el valor de los edificios, sino también otros aspectos que ayudarán a ahorrar durante la vida útil.

Tiene relación con la Hipoteca Triodos, la pionera en considerar el nivel de eficiencia energética de las viviendas para fijar el tipo de interés, como forma de luchar contra el cambio climático o de prevenir la pobreza energética.

Hasta ahora muchos aspectos de la vida en la ciudad se han organizado solamente a partir de los metros cuadrados o del volumen, de la misma forma que el PIB de los países se viene midiendo solo por su producción económica.

Pero esto empieza a estar en discusión y se valora introducir aspectos cualitativos.

Se dice que un arquitecto suele querer tirar lo viejo y construir algo nuevo, por ser más sencillo o fiable. ¿Hace falta también una nueva cultura en vuestra profesión respecto a rehabilitación?

Durante muchos años la rehabilitación ha sido la hermana menor de la arquitectura, pero claramente ya no lo es. En Europa el 95% de las ciudades están ya construidas y, por tanto, solo podemos construir sobre nosotros mismos.

La rehabilitación no significa solamente reparar las cosas que están mal, sino que a veces la regeneración o la reconstrucción implica dar nueva vida a los edificios, transformar elementos esenciales e incluso tener un diálogo con la Historia.

Cada vez hay, más que interés por una rehabilitación conservadora, tendencia hacia una regeneración activa de los edificios, que contribuye a mejorar la vida en las ciudades y a valorar el patrimonio arquitectónico.

También se habla de aplicar la economía circular a los edificios. Por ejemplo, Thomas Rau, que lidera la construcción de la nueva sede europea de Triodos Bank en los Países Bajos, dice que deberían ser diseñados hasta el momento de su desmontaje.

En el siglo XX se dijo que los edificios eran máquinas de habitar y, en consecuencia, productos industriales que acababan siendo destruidos o reciclados.

En el siglo XXI los edificios han de ser entendidos como parte de la naturaleza. Tienen que formar parte del ciclo natural del planeta y esto significa trabajar con materiales ecológicos y que puedan ser reutilizados al final de su ciclo vital. Nosotros trabajamos para hacer edificios que no solo puedan ser reciclados, sino que en su construcción no destruyan el medio o que lo manipulen lo menos posible.

En 2011 escribí La ciudad autosuficiente y me gustaría introducir el concepto de la deuda energética de los edificios. Muchas veces estos tienen una deuda inmobiliaria que implica que tienen que devolver dinero al banco que lo ha prestado. Yo creo que los edificios deberían tener una deuda energética con el planeta, es decir, que deberían garantizar que no solo producen la energía que consumen, sino tanta como haya costado construirlos, para devolverla al planeta durante su vida útil.

Hoy, entre otros muchos desarrollos en este sentido, va a ser necesaria una trazabilidad de los materiales de construcción incluso con uso de la tecnología blockchain en construcción.

Desde el IAAC habéis trabajado mucho en tecnología con impacto positivo para las personas. ¿Puedes darnos ejemplos?

El IAAC fue creado para investigar el impacto de las tecnologías de la información en la arquitectura y el diseño de las ciudades. Nació en 2001, cuando no existían ni Google ni Facebook y cuando la fabricación digital estaba en sus orígenes.

En este tiempo hemos aprendido y desarrollado elementos como las impresiones de gran formato, utilizando materiales locales como la tierra. Y esto tiene por delante un gran desarrollo en los próximos años, también para países emergentes. Hemos trabajado, por ejemplo, la impresión 3D para la fabricación de puentes.

Otro aspecto tiene que ver con el diseño personalizado o la fabricación local. Ahora se están empezando a utilizar plásticos reciclados de botellas para imprimir zapatillas, por ejemplo. Hasta ahora las ciudades importaban materiales y productos y producían basura. Con las tecnologías digitales, podemos fomentar la economía circular.

Un tercer elemento fundamental tiene que ver con el internet de las cosas y con aplicar el modelo distribuido de la red a casi todo. Esto nos lleva a la producción local de alimentos o de la energía y a una mayor comunicación de las personas de manera digital. A su vez, esto hará que necesitemos movernos menos en las ciudades, de forma que cada vez utilicemos menos el vehículo privado.

Igual que ya no va nadie en carro por las ciudades, en el futuro nadie utilizará el vehículo privado en ellas.